La revolución de 1905

El populista ruso Ptr Tkachev decía en 1876 que la revolución no era obra de los revolucionarios sino de “todos los explotadores: los capitalistas, los terratenientes, la policía, los sacerdotes, los funcionarios, los liberales, los progresistas y gentes por el estilo”. “Los revolucionarios no preparan la revolución, hacen la revolución”[1]. 

En otras palabras, el desencadenante de un proceso revolucionario es la intolerancia y  la explotación  de que son objeto las clases populares por parte de todos aquellos sectores y estratos  sociales que no están dispuestos a perder sus privilegios económicos, sociales o políticos. El inmovilismo de los privilegiados, la negativa a aceptar los derechos de los trabajadores, el hambre y la miseria son siempre los factores desencadenantes  de la revolución.

Me parece una cita muy adecuada para introducir una serie de preguntas: ¿Por qué el Imperio ruso, el único sistema autocrático que subsistía en  Europa a fines del siglo XIX, que se había mantenido  casi inmune a las diversas oleadas revolucionarias que habían sacudido el continente  a lo largo de este siglo, protagonizó tres revoluciones entre 1905 y 1917? ¿Por qué tres revoluciones en un imperio tan retardatario como el ruso, en comparación con el nivel de desarrollo occidental? ¿Por qué cada una de estas tres revoluciones comportó un mayor nivel de movilización y de radicalización por parte de los campesinos y del proletariado urbano?

Las respuestas a estas cuestiones hay que hallarlas en el creciente y cada vez más profundo divorcio entre el aparato político-institucional zarista y una realidad social que había sufrido muy notables cambios  a partir de las tres últimas décadas del siglo XIX, como consecuencia de la reforma agraria (Estatuto de los Campesinos, 1861) y del inicio de la industrialización. A partir de los años setenta, Rusia experimentó un rápido proceso de diferenciación social –sobre todo en términos comparativos respecto a las décadas anteriores- que, entre otras cosas, comportó la reducción de las propiedades del pequeño campesinado (nadiels) o bien la expulsión  -y consiguiente proletarización- de los campesinos, el nacimiento del proletariado urbano y de la burguesía agraria (kulaks), comercial e industrial, y, finalmente, la penetración de capital extranjero, fundamental para poner en marcha la industrialización. La gran dependencia de las inversiones extranjeras dejaba a Rusia en una situación de gran debilidad en caso de crisis económicas mundiales. Y, al compás de estos cambios sociales y económicos, Rusia vio el nacimiento de unas fuerzas políticas revolucionarias  que ponían en cuestión no ya el absolutismo sino la raíz misma de las desigualdades sociales, en las que descansaban tanto la monarquía de los Romanov[2] como el sistema capitalista. Las diversas organizaciones populistas (narodniki) que se sucedieron entre los años 70 y 1905 y el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), el partido marxista nacido en 1898, fueron  el desafío político más importante al que  se enfrentaron las fuerzas en las que se apoyaba  la autocracia: la burocracia imperial, el ejército, la Iglesia y la policía política ( la Okhrana).  La burguesía, por su parte, no empezó a organizarse políticamente en defensa de sus intereses de clase hasta los inicios del siglo XX, pero desde entonces y hasta la Revolución de Febrero de 1917 quedó prisionera de una disyuntiva dramática: reclamaba y necesitaba reformas políticas e institucionales que le diesen representatividad (un sistema parlamentario), pero, al mismo tiempo, necesitaba el paraguas protector  de la monarquía, que con su aparato represivo, le garantizaba el control de las clases populares.

Entre fines del siglo XIX y 1905 se fue acentuando el “décalage” entre el país legal y el país real, el “décalage” entre un sistema político obsoleto y las diversas demandas de los sectores sociales emergentes, que reclamaban tanto derechos políticos como el derecho a una vida digna. La Revolución de 1905, que Lenin interpretó de manera demasiado precipitada o sesgada,  como el ensayo general de la Revolución de Octubre, fue la primera  gran  expresión  de este desfase. La guerra ruso-japonesa de 1904-1905, saldada con la derrota rusa, agravó el decontento  generalizado provocado por una profunda crisis económica y social, una crisis global del sistema capitalista, pero que afectó de forma más profunda al Imperio zarista. El domingo  9 de enero de 1905, después llamado Domingo de Sangre o Domingo Rojo- una manifestación pacífica y encabezada por un pope, ante el Palacio de Invierno, en demanda de mejoras salariales, de la reducción de la jornada laboral y de la convocatoria de elecciones libres basadas en el sufragio universal, fue brutalmente disuelta por las tropas.

La dimensión de la represión-los muertos y heridos fueron centenares- actuó como desencadenante de un movimiento revolucionario generalizado, tanto en San Petersburgo y otras ciudades como en el mundo agrario, movimiento que obligó a Nicolás II a proponer una serie de reformas. Entre ellas, y la más importante y significativa desde la perspectiva de un sistema autocrático, la promesa de la elaboración  de una constitución. Fue en este contexto revolucionario cuando se produjo el nacimiento de los soviets –consejos- un fenómeno espontáneo y genuino de las clases trabajadoras rusas, que no sobrevivió a la recuperación de la iniciativa por parte del zar a partir de mediados de 1906, y que  volvería a reaparecer en el mismo momento de su abdicación, en febrero de 1917. Y también es en este contexto cuando acaban de tomar forma y salen de la clandestinidad los partidos políticos que protagonizaron, junto a las organizaciones de masas,  la revolución de Febrero: el Partido Constitucional Democrático (Cadete), representativo de los intereses de la burguesía reformista; el neopopulista Partido Socialista Revolucionario (PSR o eserita), que será el gran partido  del campesinado antes, durante y después de la Revolución de Octubre y, de hecho, hasta fines de la guerra civil (1921); y el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), el partido marxista, que mantuvo la división que se había consumado entre 1903 y 1905, entre mencheviques y bolcheviques, aunque formalmente no constituyeron dos organizaciones separadas hasta 1912. 

Pero a partir del otoño de 1905, el movimiento revolucionario perdió rápidamente fuerza a causa de la falta de objetivos comunes de las diversas fuerzas en juego. Nicolás II pudo retener la lealtad de los pilares tradicionales de la autocracia y supo aprovecharse de la debilidad, de la inmadurez y de la indecisión de la oposición. En 1906 acabó imponiendo un sistema seudoparlamentario: la Constitución aprobada en octubre de este año no establecía un sistema político representativo. La Duma –el parlamento-era elegida por sufragio censitario y no tenía autonomía legislativa porque  el poder determinante era el ejecutivo. El zar podía disolver la Cámara, decretar el estado de excepción, ilegalizar partidos políticos y sindicatos, suspender las libertades individuales y colectivas. En apariencia,  las bases del zarismo no se modificaron de manera substancial, pero, con todas sus limitaciones, las “concesiones” reales permitieron un notable  crecimiento de partidos y sindicatos y de numerosas publicaciones  científicas y culturales y de la prensa política, pese al mantenimiento de la censura. Se habían abierto pequeños espacios de libertad. En definitiva, el zarismo  pudo superar el primer gran desafío revolucionario y controlar la situación, aunque perdió –y no es un aspecto menor- la coraza paternalista que había enmascarado hasta 1905 ,ante una buena parte de sus súbditos, sobre el campesinado, el auténtico carácter de clase de la monarquía. La autocracia zarista había dejado de ser inmune a las exigencias de los sectores sociales emergentes y la posibilidad de un nuevo movimiento revolucionario pasaba a ser una amenaza larvada y constante: una nueva gran crisis económica podía hacerla emerger. La cuestión que quedaba planteada desde entonces era la siguiente: la revolución  llegaría desde arriba –es decir, a través de un pacto entre las viejas y las nuevas clases hegemónicas- o desde abajo. Como dice Teodor Shanin, la revolución de 1905 abrió un debate que no se cerró hasta octubre de 1917[3].

De la revolución de 1905 a a la Revolución de Febrero

Entre 1906 y 1912, Rusia vivió una nueva etapa de rápidas transformaciones sociales y económicas, impulsadas en gran parte por la llegada de capital extranjero (francés, alemán, británico): crecimiento del proletariado industrial, muy concentrado en determinados núcleos urbanos, especialmente  San Petersburgo y Moscú, una nueva reforma agraria, que, de nuevo, se realizó contra los intereses y las necesidades de la gran mayoría del campesinado y que favorecía a la gran burguesía agraria. Y, al compás de estas transformaciones sociales y de los espacios de libertad que permitía el zarismo , se produjo  un rápido crecimiento de los partidos políticos y las organizaciones sindicales. Pero, a partir de 1912, una nueva crisis económica de alcance mundial abrió en Rusia un nuevo período de inestabilidad social y política que  puso en evidencia que en 1906 no se habían resuelto de manera satisfactoria las demandas de una oposición que ahora era más fuerte. Había crecido cuantitativa y cualitativamente.  La distancia entre país real y país legal fue aumentando y, con ella, la represión. El sistema zarista volvía a tener graves dificultades para controlar el descontento que parecía anunciar una nueva explosión revoluciona. Era un sistema político e institucional bloqueado: la oposición  no era suficientemente fuerte para imponer cambios substanciales y  la monarquía era demasiado débil para aceptar modificar las raíces de su supervivencia. La situación era tan insostenible que parecía que la única salida por parte de Nicolás II era dar paso a una dictadura militar. Pero el estallido de la IGM acalló  a la mayoría de las voces de protesta y salvó por unos momentos  al zar. Rusia se alineó al lado de Francia y la Gran Bretaña frente a las Potencias Centrales (Alemania y el Imperio Austrohúngaro). La Unión  Sagrada, tal como pasó en todos los países en guerra, fue asumida por la mayoría de las fuerzas políticas: los intereses de la patria, supuestamente, estaban por encima de los intereses de clase.

En 1914, Rusia era un imperio multinacional y multiétnico, con  22 000 000 de km2 y  165 000 000 de habitantes. Era un “país” de base agraria –el 85% de la población vivía en el campo. Su estructura agraria era muy retardataria: los grandes propietarios tenían 1/3 de las tierras (las mejores) y la mayoría de campesinos vivían aún dentro de la comuna (obschina o mir), que periódicamente distribuía las tierras comunales entre ellos. Entre 1906 y 1911, el ministro Stolypin- asesinado ese año por un agente doble- había promovido una segunda reforma agraria con el objetivo de crear o ampliar una nueva clase de propietarios o arrendatarios agrarios que, según él, habrían de convertirse en uno de los principales soportes del régimen. Pero esta reforma tuvo consecuencias muy limitadas desde el punto de vista económico y, en cambio, socialmente fue muy negativa porque provocó una nueva expulsión o proletarización del campesinado y acentuó las tensiones sociales: el hambre de tierra, una constante desde la reforma de 1861, aumentó. La solución por parte de los campesinos pobres o sin tierras era emigrar, de manera temporal o definitiva, a las ciudades, pero la industria no tenía capacidad para absorber tanta mano de obra como ofrecía el campo. En las ciudades, las fábricas mecanizadas ocupaban al 44% de los trabajadores. Había fábricas de más de 1000 obreros, pero el peso de la industria tradicional era aún muy elevado. Las condiciones de trabajo eran muy duras: salarios de miseria, jornadas laborales inacabables, sin auténticos derechos políticos y sindicales, que,  a causa o con el pretexto de la guerra, habían sido recortados de forma drástica. Pero la concentración del proletariado, sobre todo en Petrogrado –así bautizada la capital desde 1914-y en Moscú y la labor de las diversas organizaciones socialistas permitieron un rápido crecimiento de la conciencia de clase.

La guerra contra las Potencias Centrales despertó el entusiasmo sin fisuras de la gran burguesía y la nobleza imperial y, durante un cierto tiempo, de muchos sectores de las clases populares. En Rusia, como ocurrió en toda Europa, se produjo también  un duro enfrentamiento entre belicistas y antibelicistas. Estos eran una minoría entre las izquierdas: sólo se pronunciaron en contra de la guerra el Partido bolchevique, una pequeña fracción de los mencheviques, entre ellos Martov, el ala izquierdista y minoritaria del PSR y los anarquistas, con la excepción de Kropotkin. Los antibelicistas entendían que la guerra era un conflicto entre intereses y rivalidades  imperialistas, en tanto que  Lenin acusaba a los socialistas belicistas de socialchovinistas. Pero transcurridos los primeros meses de entusiasmo patriótico, en que las fuerzas de ambos lados estaban equilibradas, la contienda volvió a poner en evidencia la condición anacrónica del zarismo, la incompetencia política y militar. Como sostiene Figes[4], Rusia no tenía capacidad para sostener una guerra larga. El retraso técnico, un sistema productivo que no podía hacer frente a las demandas de una economía de guerra, una estructura militar anquilosada, una  industria retardataria, una agricultura muy poco productiva  y un sistema de transportes y comunicaciones deficiente desembocaron en una serie de desastres a partir del otoño de 1915. Y con las derrotas llegaron el hambre, la miseria, los muertos, los heridos, el crecimiento del sentimiento antibelicista entre las clases populares y, de nuevo, la agitación revolucionaria: las deserciones en los frentes, las huelgas y los motines agrarios (la mayoría de soldados eran campesinos) De esta manera, la guerra actuó como catalizador del movimiento revolucionario que había quedado paralizado en agosto de 1914. A partir de entonces, se ponían en marcha tres procesos revolucionarios para nada vertebrados. Uno era el  de la burguesía, encabezada por el Partido Cadete, que, en alianza con los Octubristas –un grupo monárquico de la Duma que había dado  un activo soporte  a la Constitución de 1906 – había creado el Bloque Progresista (1915).  El segundo era el popular,agrario y urbano. Y el tercero, el de las nacionalidades.

Y, en medio de la dislocación generalizada, la revolución acabó produciéndose y provocando la caída de la monarquía. Los Romanov no cayeron como consecuencia de un golpe de estado organizado, ni de la acción de los ilegalizados partidos políticos (muchos de sus dirigentes estaban en el exilio o en la cárcel). Nicolás II cayó como consecuencia de un movimiento popular espontáneo y desorganizado, que traduce el nivel de descomposición del sistema zarista.

La Revolución de Febrero

Recordemos brevemente la secuencia que lleva a la caída del zar: después de una gran manifestación de mujeres contra la guerra el 23 de febrero de 1917 en Petrogrado,  se produjeron diversas manifestaciones, todas ellas reprimidas de manera sangrienta por el ejército. Los manifestantes no solo clamaban contra la guerra y contra el hambre sino que gritaban abajo el zar. Era un salto cualitativo notable respecto de la revolución de 1905. El 27 de febrero, la guarnición de la capital se negó a cargar de nuevo contra los manifestantes. Esta negativa era la señal definitiva de que el gran pilar del zarismo –el ejército- se había derrumbado. El monarca se vio obligado a abdicar el 2 de marzo (según el calendario ortodoxo).

Una vez constatado que ningún miembro de la familia real estaba en condiciones de asumir la Corona, los diputados del Bloque Progresista formaron un gobierno presidido por el príncipe Lvov. Este primer gobierno tenía como figura principal al ministro de Asuntos Exteriores, el historiador Miliukov, y contaba con Kerenski como ministro de Justicia. Kerenski era un antiguo eserita, que había evolucionado hacia posiciones liberales y que en la Duma había estado al frente del grupo de los trudoviki (laboristas). El sería, sin duda, el hombre clave de toda la etapa del Gobierno Provisional de febrero a octubre. Fue ministro de la guerra a partir de mayo –en el segundo gobierno- y presidió los dos últimos gobiernos entre julio y octubre. En un pareció que Lov y sus ministros podían controlar la situación, justamente por el carácter espontáneo del movimiento revolucionario y porque las izquierdas estaban saliendo de la clandestinidad y en vías de reorganización.

El único contrapoder organizado y consolidado desde el primer momento de la caída de la monarquía fue el Soviet de Obreros y de Soldados de Petrogrado. En él estaban representados todos los grupos y fuerzas políticas, a excepción de la derecha monárquica: desde mencheviques –el grupo más numeroso-  bolcheviques, , eseritas i anarquistas hasta cadetes, que, muy minoritarios, acabaron perdiendo cualquier presencia a medida que la situación se iba radicalizando .Así pues, una de las características más notables del Soviet de Petrogrado era el pluralismo. Y, sin solución de continuidad, los soviets de obreros  y de soldados fueron multiplicándose a lo largo y ancho del imperio (en septiembre eran más de 900). Ya en el mes de marzo se dotaron de un órgano coordinador: el Comité Central Ejecutivo de los Soviets (CCES o TVSiK en ruso), con mayoría menchevique y eserita hasta junio, momento en que celebraron el Primer congreso Panruso de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados. En este congreso, los eseritas obtuvieron 285 delgados, los mencheviques 248, los bolcheviques 105 y los anarquistas 32. El partido de Lenin, Kamenev y Zinoviev era aún una fuerza minoritaria  entre las izquierdas. Por su parte, los soviets de los campesinos siguieron una dinámica propia, estrechamente ligada a la hegemónica presencia del PSR. A diferencia de 1905, los soviets de 1917 fueron el resultado  de laa combinación de la acción espontánea de los trabajadores y de la intervención de los partidos políticos.

Desde el mismo momento del derrumbe de la monarquía se dibujan, pues, dos poderes: el del Gobierno Provisional y el del Soviet de Petrogrado. El primero teóricamente gobernaba y emitía leyes y órdenes, el  segundo ejercía una función de cooperación y control del ejecutivo, por un lado, y de autoorganización obrera, por el otro. Es lo que se ha venido llamando el Poder Dual. El programa del  primer gobierno pasaba, en primer lugar y de forma prioritaria, por proseguir la guerra   a fin de poder capitalizar la posible victoria de los Aliados, sobre todo teniendo en cuenta que  las tropas alemanas estaban ocupando gran parte de Bielorrusia y de Ucrania, donde contaban con el apoyo de los nacionalistas antirrusos.. En segundo lugar, pasaba por aplicar un conjunto de medidas políticas de manera inmediata: amnistía, libertad de expresión, reunión, asociación y religiosa, igualdad jurídica entre todos los ciudadanos más allá de los orígenes sociales o étnicos y  derecho al voto universal masculino. Las mujeres no existían para estos liberales, a pesar del importante papel que habían tenido ya antes de 1905 en la lucha contra el zarismo y, sobre todo, durante las jornadas de febrero. Pero el gobierno no asumía de manera efectiva ninguna reforma laboral o social que pusiese en cuestión el mundo de los privilegiados: el derecho al acceso a la propiedad de la tierra por parte de los campesinos pobres o sin tierras, la mejora de las condiciones laborales (aumento salarial, jornada laboral de 8 horas). Y, en último lugar, pasaba por la convocatoria de unas elecciones a una Asamblea Constituyente para  el momento en que acabase  la guerra, a fin de que el conjunto de la población decidiese la forma del nuevo estado –monarquía o república – e institucionalizar así un sistema liberal-parlamentario. De hecho, al margen de la indudable dificultad de convocar elecciones en medio del caos generalizado, se trataba de una maniobra dilatoria. El Bloque Progresista tenía la esperanza de que, una vez firmada la paz, podría retener el control de la situación. El primer gran enfrentamiento entre el Soviet de Petrogrado y el gobierno se produjo ya en abril, cuando el primero tuvo conocimiento de que Miliukov garantizaba a los Aliados la permanencia en la guerra.

Las diferencias entre las reivindicaciones populares y los objetivos del Gobierno no tardaron en emerger. Pero, lo más grave, también emergieron muy pronto diferencias entre lo que exigían obreros y campesinos, de un lado, y la posición de las izquierdas socialistas -eseritas, mencheviques y una sector de los bolcheviques- de otro, que consideraban que había llegado la hora de la revolución burguesa y que había que colaborar con los partidos de centro-derecha a fin de consolidarla. Se aferraban al concepto de la revolución por etapas: después de la caída del zarismo , las izquierdas debían tener un papel subordinado a la burguesía reformista. Y respecto al problema de la guerra, la actitud de la mayoría de fuerzas socialistas seguía siendo la misma que en agosto de 1914: había que defender por encima de toda consideración los intereses de Rusia, amenazados por el Imperio alemán. Por ello, muchos de ellos se definían, no como belicistas, sino como defensistas. La negativa del gobierno a poner en marcha reformas sociales efectivas y a establecer negociaciones con vistas a un posible armisticio, hizo crecer el descontento del proletariado urbano y de los campesinos pobres, de tal manera que obreros y campesinos empezaron a tomar un camino autónomo: el control obrero de las empresas y la generalización de la ocupación de las  tierras de la gran propiedad nobiliaria y de la Corona. De hecho, la ocupación de tierras ya había empezado mucho antes de la abdicación del zar. Las tierras de los kulaks , en general, fueron respetadas. Es el momento en que nace el lema Todo el poder a los Soviets, que, contra lo que se acostumbra a creer, es de origen anarquista y no bolchevique, aunque Lenin lo asumiera en cuanto regresó del exilio. El Gobierno Provisional se manifestó incapaz de poner fin al caos político  y militar, a la dislocación del poder económico e institucional, caos y dislocación que contrastaban con la creciente autoorganización de las clases trabajadoras a través de soviets, comités de fábrica, comités de barrio y uniones agrarias[5].

El ascenso bolchevique. La Revolución de Octubre

El regreso de Lenin en abril de 1917[6], que tantas suspicacias e interpretaciones contradictorias despertó entonces y posteriormente, provocó un giro brusco en la línea del partido bolchevique. Lenin afirmaba que la hora de la revolución burguesa ya había pasado y que las reivindicaciones populares iban mucho más allá de la institucionalización de un sistema liberal-parlamentario, que había que forjar una alianza de clases obreros-campesinos pobres que diese paso a un nuevo estadio revolucionario, a una república democrática  de obreros y campesinos. Había que retirarse de la guerra imperialista y acabar con el apoyo al Gobierno Provisional .Estas ideas las expuso en el diario Pravda, el  órgano oficial de los bolcheviques. Son las Tesis de Abril[7], que provocaron un gran, tenso y duro debate en el seno del Comité Central del partido. Stalin y Kamenev, entre otros, sostenían que había que seguir colaborando con el gobierno desde fuera para que aplicara las reformas imprescindibles y urgentes y mantener el control del ejecutivo por parte del Soviet de Petrogrado y  el CCES (TVSiK).  Y lo que no es menos importante: no querían forzar una ruptura con eseritas y mencheviques. De hecho, Kamenev y otros bolcheviques se estaban planteando la posibilidad de una reunificación con los mencheviques, posibilidad que ya habían empezado a dibujar en 1912. Las Tesis de Abril, que no hablaban aun de la toma del poder por parte del proletariado y el campesinado, porque, según Lenin, la situación revolucionaria no era suficientemente madura, fueron al fin asumidas por la Conferencia del partido, celebrada el mismo mes de abril. Fueron la base del programa de acción inmediata de los bolcheviques a partir de entonces y la causa del progresivo enfrentamiento entre ellos y el Gobierno Provisional. Es el momento en que Trotski, que  también acababa de volver del exilio, entendiendo que las propuestas de Lenin concordaban con su defensa de la revolución permanente, pidió incorporar a las filas del Partido bolchevique.  Trotski acabó teniendo un papel fundamental en la organización del movimiento revolucionario que había de llevar a los bolcheviques al poder: creó el Comité Militar Revolucionario el mes de septiembre y coordinó a los Guardias Rojos que, una vez iniciada la guerra civil, serían el embrión del Ejército Rojo.

Mencheviques, mayoritarios en los sindicatos, y eseritas se mantuvieron firmes en la actitud de apoyar  a los partidos de centro-derecha y a sus “ministros capitalistas”, según expresión popular, hasta el punto que acabaron por integrarse en los tres gobiernos que se formaron entre mayo y septiembre de 1917, y en el que los representantes de la burguesía liberal acabaron siendo minoritarios. Pero aunque PSR y mencheviques  asumieron ministerios sociales (Trabajo, Agricultura, Abastecimientos), ni hicieron gestiones para firmar la paz ni adoptaron medidas efectivas para poner en marcha las reformas sociales que obreros y campesinos reclamaban. En el mes de julio, los eseritas se comprometieron a crear una comisión que estudiase la cuestión agraria, pero no fueron más allá. La aprobación de la jornada de 8 horas y el aumento salarial que impulsaron fueron papel mojado por la resistencia de la patronal y por la desvertebración política, militar y territorial. Muchas veces, allí donde los obreros eran fuertes acababan aplicando por la vía directa estas medidas. Lo cierto es que se abrió un cisma, que se fue agrandando, entre los partidos socialistas en el gobierno, por un lado, y los soviets y otras organizaciones de base, por el otro. Desde entonces empezaron a ser denunciados por una gran parte de las masas movilizadas como los representantes de los explotadores, como instrumentos al servicio de los partidos e intereses burgueses. 

Entre junio y julio, Rusia y, de manera especial, Petrogrado vivieron unas semanas claves: los bolcheviques conquistaron la hegemonía entre las fuerzas socialistas. Durante estas semanas se consumó el proceso de confluencia soviets-bolcheviques, proletariado-bolcheviques, que E.H. Carr, define como la bolchevización de las masas. Los bolcheviques respondían con propuestas concretas y no meras promesas a las exigencias de obreros y campesinos[8]. El 18 de junio, los bolcheviques convocaban una manifestación con el lema Todo el poder a los soviets. Era básicamente una prueba de fuerza, ya que no consideraban aún el asalto al poder. Por su parte, mencheviques y eseritas convocaban otra manifestación con el lema Por la paz y la república democrática. La manifestación de los bolcheviques fue multitudinaria y traduce la inflexión a favor de las propuestas rupturistas en el movimiento revolucionario.  Poco después,  a principios de julio se producía una insurrección espontánea en Petrogrado, que los bolcheviques  no secundaron –hecho que provocó un choque con los anarquistas- aunque, por sentido realista, no se atrevieron a desautorizar. La insurrección fracasó. Pero el gobierno culpabilizó a los bolcheviques y Lenin se vio  de nuevo obligado a exiliarse.  Durante este exilio escribió una de sus obras más conocidas, El estado y la revolución .No regresó a Petrogrado hasta poco antes de la Revolución de Octubre.

A partir del verano, el crecimiento del Partido bolchevique fue espectacular:  de los 25 000 afiliados que tenía en febrero, pasó a  250 000 en septiembre, momento en que era ya la fuerza mayoritaria en el Soviet de Petrogrado (presidido por Trotski) y en el Soviet de Moscú. El crecimiento más importante se produjo a partir de agosto. El 25 de este mes, la extrema derecha zarista intentó poner fin a la situación revolucionaria y promovió un golpe de estado dirigido por el jefe del ejército, el general Kornilov, con la pretensión de entrar en la capital. Kerenski se vio obligado entonces a pedir ayuda a la milicia obrera para impedirlo.  Y, en un intento  fracasado para reconducir la situación, convocó elecciones a la Asamblea Constituyente para el mes de noviembre. A fines de septiembre, el Partido bolchevique era ya un partido de masas, un partido que poco tenía que ver con la organización de cuadros y profesionales de la revolución que Lenin había defendido como instrumento de emancipación de los trabajadores en el congreso del POSDR , en 1903.

Con la conquista de la hegemonía entre la clase obrera de los grandes núcleos urbanos, los bolcheviques consideraron que había llegado la hora de dar el golpe de gracia a un gobierno que no tenía capacidad ni para controlar la situación  en Petrogrado. Había llegado la hora de tomar el poder. Trotski planificó la insurrección con el Comité Militar Revolucionario desde el Instituto Smolny, la sede del Partido bolchevique. Los bolcheviques hicieron coincidir el asalto al poder con la celebración del Segundo Congreso de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados, que había de tener lugar el 25 de octubre en Petrogrado y donde ya eran también  mayoría. La resistencia del Gobierno Provisional fue casi inexistente, la toma del Palacio de Invierno, la sede del ejecutivo, muy rápida. Y, mientras Kerenski salía de la capital, en un intento de hallar ayuda entre las tropas zaristas para hacer frente a la insurrección, los bolcheviques constituían un gobierno revolucionario: el consejo de Comisarios del Pueblo (SOVNARKOM), presidido por Lenin e integrado exclusivamente por miembros del partido de Lenin, con el soporte de los eseritas de izquierdas, que estaban en vías de formar un partido independiente del PSR. Los cuatro grandes decretos que el nuevo gobierno aprobó de forma inmediata: sobre la Paz, sobre el Control Obrero, sobre las Nacionalidades y, especialmente, el Decreto sobre la Tierra –expropiación sin indemnización de la gran propiedad y reparto de tierras entre los campesinos pobres- hicieron inclinar a los eseritas de izquierdas a adoptar dicha posición. Por su parte, el Congreso de los Soviets se limitó a dar su aprobación al  nuevo gobierno, mientras los delegados del Partido menchevique i del PSR, encabezados, respectivamente,  por Tsereteli y Chernov, abandonaban la sala donde estaban reunidos. Estos confiaban  en que, después de las elecciones a la Asamblea Constituyente, recuperarían el control de la situación, convencidos de su probable victoria. El triunfo bolchevique en Petrogrado había sido muy rápido, fácil y casi sin víctimas, pero mucho más difícil en ciudades como Moscú, Kiev o Bakú. Lenin y los Comisarios de Pueblo tenían por delante una tarea ingente: firmar la paz con los alemanes, acabar con el caos y la descomposición del imperio, hacer frente a la oposición y la resistencia-muy pronto militar- de casi todas las fuerzas políticas. Es cierto que lo consiguieron, pero después de una terrible guerra civil, que se inició al día siguiente del 25 de octubre y que no concluyó hasta comienzos de 1921.

Para acabar formularemos una serie de preguntes: ¿El SOVNARKOM era un gobierno de los soviets o era un gobierno bolchevique? ¿Podían los bolcheviques autootorgarse legítimamente en exclusiva la gestión de los intereses de de las clases populares? ¿Podemos considerar el 25 de Octubre como un simple golpe de estado, como ha sostenido siempre la historiografía liberal, que considera a Lenin y los bolcheviques como unos grandes y hábiles manipuladores de las masas? La reacción de mencheviques y eseritas, que se negaron a aprobar las medidas adoptadas por el SOVNARKOM, no fue una prueba más de la falta de inteligencia y coraje que ya habían manifestado a  partir de febrero de 1917? ¿No fue una prueba más de su doctrinarismo y de su incapacidad para escuchar lo que las masas reclamaban y exigían, dejando así el camino expedito a los bolcheviques?

Notas

1. C. Read, From Tsar to Soviets. The Russian People and their Revolution. 1917-1921. UCL.Press, 1996, p.11. 

2. Simon Sebag Montefiore, Los Romanov.1613-1918. Crítica, 2016.

3. Tedor Shanin,Russia, 1905-1907. Revolution as a momento of thruth. 2vols. MacMillan, 1986.

4. O. Figes, La revolución rusa.1891-1924.Edhasa, 2000.

5. Sobre la cuestión de la movilización y de la autoorganización obrera, ver, entre otros: D. Koenker, Moscow  workers and the 1917 Revolution. Princeton University Press, 1981. D. Mandel, The Petrograd workers and the fall of Old Regime. MacMillan, 1983. S.A. Smith, Red Petrograd. Revolution in the factories.Cambridge University Press, 1985. D. Kaiser ed. , The workers´Revolution in Russia.1917. The view form below. Cambridge University Press, 1987.Y sobre la democracia de base y la progresiva desaparición  de la autonomía de soviets, comités y sindicatos  a partir de la guerra civil, S. Farber, Before Stalinism.The rise and fall of Soviet Democracy. Polity Press, 1990.

6. Catherine Merridale, El tren de Lenin. Crítica, 2917

7. Además de exigir la retirada de Rusia de la guerra, el control obrero de las empresas, la expropiación de las tierras de los grandes propietarios y el derecho de los pueblos a la autodeterminación,las Tesis planteaban, entre otras cosas, la nacionalización de la banca y el no reconocimiento de las deudas del estado ruso.

8. Alexander Rabinowitch, Les bolcheviks prennent le pouvoir. La révolution de 1917 à Pétrograd. La Fabrique, éditions, 2016. Se trata de la edición  francesa  de la obra que Rabinowitch  publicó en 1976 y que, pese a los  estudios  posteriores y a la posibilidad de trabajar con nuevas fuentes a partir de los años noventa, sigue siendo uno de los mejores trabajos sobre los  meses transcurridos entre la caída del zarismo y octubre de 1917.  El propio autor ha escrito un magnífico y clarificador prefacio a la edición francesa.